«Uno no nombra sus miedos porque te pueden venir a buscar”


Félix Torre

Guardia Vieja – El Abasto, Ciudad de Buenos Aires

Exceso de imaginación. Instrumentos. Un par de sillas. Un león, un mimo, un carnicero y una especie de personaje vestido del SXVII.

Este último dice que su disfraz en realidad es de Mozart. Se llama Félix Torre y es el creador de la banda conformada por el cuarteto de disfrazados, llamada “Los Nietos de Borges”. Y a decir verdad, ese escritor era su tío abuelo…

Nació el 24 de abril de 1981 en Capital Federal y dice ser la “oveja negra” de su familia compuesta por madre, padre y dos hermanos mayores: uno arquitecto (o “arquitectonto” como él dice) y otro abogado.

Antes del recital se niega a hablar. Llegamos, se acerca para saludar pero tan solo con caras y gestos, ya que se cuida la voz para el show que está por comenzar en tan solo un par de minutos.

El escenario en realidad no es un escenario. No hay tarima ni nivel sobre el piso… es tan solo un espacio contra la pared un poco alejado de las mesas. De a poco va llegando más gente y el pintoresco bar del Abasto se va llenando. Algunos consiguen mesa, y a otros no les queda más remedio que mirar desde la barra.

Ellos, disfrazados con toda naturalidad.

Nosotros, tratando de entender de qué se va a tratar la cosa…

Arranca la presentación con balbuceos de Félix que parecen no tener sentido y una percusión que acompaña de fondo. De a poco, y de manera inexplicable, las improvisaciones individuales de cada uno se van fundiendo en un solo ritmo que genera una canción nacida de la espontaneidad. Sin dirigirse la palabra, y solo con un par de miradas se van entendiendo y se dirigen mutuamente.

Félix tiene 30 años y vive en un departamento antiguo en el barrio de San Telmo. Su casa es evidencia de su condición de artista: cuadros, instrumentos, y algún que otro dibujo que es producto del arte de su amigo dibujante que vive con él. El techo es alto, y una barra separa la cocina del living. Una escalera bastante empinada lleva a un segundo piso en donde duerme su compañero que a su vez tiene una mesa con lápices y grandes hojas para hacer sus creaciones.

“Soy un adicto al sexo… y nunca lo tengo”, así arranca el show. Esa es la primera canción que toca el cuarteto de disfrazados, y el público larga una risa pudorosa que va aumentando a medida que pasa la canción y se van preguntando si el problema será su pelo grasiento, la timidez, o un “mambo que tengo con mi vieja”. Félix canta y hace que las estrofas se conviertan en un texto bilingüe al pronunciar algunas palabras en inglés a modo de burla. También toca la guitarra y, mientras, sus rodillas se flexionan al compás de la música.

De repente empieza a hacer un temblequeo improvisado con todo el cuerpo, y cambian los lugares con poca naturalidad. Una vez que se encuentran en las posiciones pautadas, empiezan a hacer una coreografía al ritmo de la percusión generada por el carnicero, para invocar al dios del amor y mientras cantan: “Eros, Eros, ven a mí… satisfáceme”. La gente enseguida estalla en una carcajada general, y ellos vuelven a sus instrumentos y continúan con el estribillo de la canción.

Félix fue al Colegio Champagnat y se recibió en 1998. “Ya estoy mejor”, ironiza mientras pone cara de tener muchos problemas. Aún tiene amigos del colegio, pero cuenta que no era un ambiente que le agradara mucho. La siguiente canción del show, sutilmente titulada: “Torre pene”, fue inspirada en aquellos años de colegio.

“La canción salió de un ejercicio de teatro cuando estudiaba con Roberto Saiz”, dice, y explica que aquel profesor tiraba pautas para comenzar el juego actoral y en una ocasión la consigna fue sobre la adolescencia. El ritmo de la canción es duro, y Félix explica que es igual de duro que el trato que percibía entre las personas: “Vos la ligás, y  también la liga el que tiene menos poder que vos”, agrega.

“Llegó el momento de romper el hielo, y vamos a hablar del amor para que les pegue a todos”, dice el mimo para introducir la siguiente canción del show. En la letra cuenta cosas como que le faltan “cariñitos”, y una verdad absoluta que es que, si él ya tuviera amor, “cantaría otras giladas”. Cada  uno se concentra en su instrumento, y cada tanto todos aportan con algún corito.

Cuando termina la canción, Félix cambia la guitarra sin tomarse ningún apuro, y cuando está por empezar la siguiente, se acerca al micrófono y en lugar de cantar dice: “Pará, vamos a pedir una birra.”

Mientras nos cuenta sobre su vida sentados en la mesa de su casa de San Telmo, Félix toma una Quilmes y come los restos de la comida del día anterior que estaban guardados en un tupper. Durante estos días estuvo leyendo “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust. Nos explica que cuando ese autor se enfermó, se encerró a escribir sus recuerdos, y dice: “Llorás cada dos páginas por su manera de recordar las cosas; expresa esas cosas que uno piensa que si las dijera, nadie lo entendería”.

“Hombres con cara de rana drogada y tele en la panza… y el hombre moderno se le parece”. Esa irónica analogía entre el hombre y un teletubbie es una de las líneas de la siguiente canción en la cual construyen una gran parodia a la sociedad actual.

Además, se preguntan porqué el muñeco de Heeman que está en zunga no le dona su ropa a tantos pobres que la necesitan, y aseguran que los hippies de ahora no son los de antes porque “usan cremita humectante”. Ese último verso se acompaña de un acting en el cual Félix se esparce crema en la cara imitando el ruido del pomo. “Sigo siendo la chica humilde de un barrio del interior”, dice Félix a modo de burla a las revistas amarillistas y mientras hace una exagerada pose provocativa contra el micrófono.

Los Nietos de Borges definen su música como “jocosa”. Hace 3 años aproximadamente, Félix conoció a Alf (más reconocido como el león) en una jam de jazz, que es un lugar abierto a la improvisación de ese género musical. Comenzaron a ensayar juntos y en el verano conoció a Julián di Muro (el mimo) en El Bolsón durante un fogón en el que se puso a tocar su trompeta, y después de improvisar un rato juntos, le dijo: “Che loco, te tengo un par de ideas”. Y, por último, se incorporó  Aki (el carnicero, aunque después me enteré que en realidad su disfraz es de médico…).

Félix antes tenía un dúo llamado “Qué me pasa” con una amiga y, al hablar de su transición a formar este nuevo conjunto asegura que los grupos tienen una vida y que puede haber cambios: “Y… se va cagando, como cualquier cosa en la vida”, dice. Asegura que ahora el proyecto se hizo de todos, lo cual le gusta. Si bien es él quien compone las canciones, han llegado a una instancia en la cual todos entienden y pueden hablar de los distintos temas en un mismo nivel

Desde un inicio comenzaron a tocar disfrazados, “era en chiste todo”, dice Félix. Nos cuenta que vio a Mike Amigorena y que en su banda tocaban todos vestidos iguales, lo cual no le gustó y pensó: “En mi banda quiero que toquen todos distintos”. Fue él quien decidió de qué se disfrazaría cada uno, y ante una acusación en tono de burla de que esa era una actitud bastante autoritaria, contesta: “Yo te tiro una idea, si me la mejorás, la mejorás… sino queda lo que yo digo”.

Mientras el cuarteto canta hay una cámara que los filma para registrar los temas en video. Cada tanto, Félix le dedica una mirada al camarógrafo, y no puede evitar bailar mientras canta y toca la guitarra. Se le caen las medias a cada rato, y se esmera por hacer una maniobra y poder levantarlas sin dejar de lado la canción. Cada palabra se acompaña de una cara, en su mayoría cómicas, y sus tonos van desde los graves hasta los más agudos que despiertan risa en sus espectadores.

Pero no todo es música para Félix, también escribió un libro. ¿De qué se trata?: “no sé”, responde. Durante el 2009 fue escribiendo bastantes cosas y en el 2010 dijo: “Bueno, acá hay algo”. Asegura que escribía para entenderse a sí mismo. Un día le llegó un mail que ofrecía un taller literario. “¿Un taller literario? Yo no quería hacer el curso pero le mandé un mail a la mina que aparecía para juntarme a tomar un café y mostrarle mis cosas”, dice Félix, y a los días se reunió con Bibi Albert, quien le dijo que era algo publicable y lo asesoró con la edición de su obra llamada “Cómo domar bestias”.

Félix no le tiene miedo a los cambios, y de hecho hasta parece disfrutar del desafío que hay en ellos. Además de la banda, tiene un dúo de improvisación con Julián di Muro llamado “Vainilla y Chocolate”, pero parece no alcanzarle: tiene muchas ganas de hacer una banda de “impro total” en la cual encuentre un lugar entre el teatro y la música, y explica: “Ese lugar raro, que uno diga: ¿qué está haciendo, está actuando o está cantando?”. Quiere encontrar un grupo de músicos pero que estén desquiciados, “gente con la cabeza hecha concha”, resume sin sutilezas. Y, sin ir más lejos, así quiere que se llame la banda.

Desarrolla su faceta docente dando clases particulares de guitarra, y hace siete años es profesor de teatro en inglés en el Colegio Jesús María con las chicas de tercer a sexto grado de primaria. Se mueve por la vida andando en bicicleta. Sobre sus miedos asegura: “Por ahí uno no nombra a sus miedos porque te pueden venir a buscar”. Félix cuenta que todas las cosas sobre las que compone y sobre las que puede hablar son sobre aquellos lugares en los que no está el miedo.

Cuando se acaba el recital ponen la música de su CD para promocionarlo, y Félix dice a su público: “Vamos a estar todos los primeros sábados del mes hasta que se acabe el mundo… o sea el año que viene”.

Si algún día ven a un joven pedaleando por Paseo Colón, en short de fútbol y sandalias, con una guitarra adentro de una funda vieja y rota enganchada con alfileres de gancho, insertada entre su espalda y la mochila, salúdenlo que es Félix Torre saliendo de su casa hacia alguna de sus tantas actividades…


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