“Cuando vos decís «yoga», todos dicen saber qué es… pero nadie sabe”


FOTOS POR LUCAS SOJO

Diego Ouje

Método DeRose – Sede Recoleta

Hace poco menos de veinte años, para Diego Ouje “la yoga era una gimnasia para abuelas de la tercera edad”. Hoy, es una parte fundamental en su vida. Y por favor, nada de decir “la yoga”, sino que es un término en masculino del sánscrito que es una lengua muerta de la India Antigua, cuya “y” debe pronunciarse como una “i”… “el ioga”.

Nos dirigimos hacia el fondo del Pasaje del Correo sobre la calle Vicente López. La entrada pasa desapercibida, pero un cartel nos indica que hemos llegado. Una escalera algo empinada nos separa de la puerta donde tocamos el portero para entrar al mundo del Método DeRose.

El Método DeRose es un sistema que combina las técnicas del yoga para lograr una mejora en la calidad de vida aumentando el rendimiento de la persona. Es un deporte, un “ejercicio artístico” que influye en las áreas física, energética y espiritual.

Diego Ouje, director de la sede de Recoleta, nos explica que el Método surgió en Brasil hace más de 50 años. “Comenzó rescatando el yoga pre-clásico llamado Swathsya…”, nos dice mientras yo me quedo pensando cómo se escribirá esa última palabra. Evidentemente mi incomprensión se hizo notar, y acto seguido Diego se para y toma una tiza: “Se escribe así, mirá…”, dice mientras escribe en el pizarrón que se encuentra detrás de él.

Cuando se vuelve a sentar, su espalda queda pegada contra el pizarrón. Está sentado en un cubo forrado en una tela que combina un color beige con ondas azules. Su postura es erguida, con la espalda derecha, y una pierna cruzada sobre la otra. Si no se mueven mientras hablan, los brazos de Diego están quietos cruzados a la altura de su cintura.

“Me sedujo que era algo que no se metía con mi forma de pensar”, dice Diego en relación a sus primeros acercamientos al Método DeRose. Su inclinación por esta técnica no viene desde que es chico, ni tampoco es algo heredado de una cuestión familiar. “Te invito a probar una clase”, le dijeron una vez que fue a buscar a una amiga por una de las sedes. Por ese entonces, él “era más del fútbol y del gimnasio”. Después de probar el Método pensó: “Yo no sé qué es esto… pero quiero”, y no paró nunca más.

“Un poco más… y vamos dando el máximo…”, dice Inés, la instructora. Entramos descalzos a la sala de práctica, y bajo mis pies siento la suavidad del piso de goma. De fondo, se escucha una música de relajación, y los alumnos copian una posición que ante nuestra mirada inexperta parece muy complicada. “No se asusten que no es Crónica…”, les dice Diego a los alumnos mientras Lucas da unos pasos entre ellos para sacarles fotos durante la práctica.

“Ah, ¿ustedes son hindúes?”, dice Diego para imitar a las personas que les preguntan por el Método sin terminar de entender de qué se trata. Sostiene que la gente tiene una “ensalada de frutas” de confusión que obliga al trabajo de aclarar que “en el Método DeRose no entran en juego ni la fe ni la religión”.

En una pared se exhibe una fotografía de cada instructor de la Sede. Cada uno está haciendo una posición que para los que no somos entendidos sobre el tema, genera dolor de cuerpo de tan solo verlo. “Ese soy yo y no es photoshop”, dice Diego a modo de broma mientras señala su imagen. Además, agrega que a pesar de que en las fotos se ve algo meramente físico, “hay algo que las trasciende” como lo es la respiración y la concentración de la persona para lograr eso.

“¿Quieren probar un chai?”, invita Diego cordialmente durante la charla. Con Lucas nos miramos algo extrañados, y aceptamos. Se trata de una infusión típica de la India que combina canela, jengibre, cardamomo y leche. Al cabo de unos minutos, aparece nuestro anfitrión con una pequeña taza para cada uno. La bebida es tibia y el sabor de las especias se suaviza con el corte de la leche, dándole un gusto muy agradable.

“Cuando vos decís yoga, todos dicen saber qué es… pero nadie sabe”, asegura Diego y en seguida se dirige a la biblioteca ubicada a su derecha para tomar un libro de gran tamaño titulado: “Tratado de Yoga”. A Diego le gusta explicarnos sobre lo suyo, y cuando lo hace, lo hace con una pasión y un interés tan grande que se expresa también en sus ojos que se agrandan a medida que avanza en distintos conceptos.

“El yoga es una filosofía práctica que conduce al Samádhi”, dice. Y nuevamente surge la pregunta interna: “¿Que conduce al qué? ¿Cómo se escribe eso?”. Y nuevamente Diego se pone de pie para escribir pacientemente el término en el pizarrón. El Samádhi es un estado de hiperconciencia, de lucidez, y Diego asegura que “si no propone Samádhi, no es yoga”.

Todas las escuelas que enseñan el Método DeRose alrededor del mundo “son independientes pero siguen un lineamiento”. Es decir, que comparten una misma estructura compuesta por una sala de estar en la cual los alumnos pueden compartir charlas, una sala de práctica donde se desarrollan las clases, la misma bibliografía, los mismos programas…

“Que mi alumno que se va de viaje a París pueda tener su escuela allá”, agrega Diego mientras explica que de esa manera se pueden entender más allá de la frontera de los idiomas. Incluso existe la posibilidad de intercambios de alumnos e instructores entre los distintos países. Acá en Argentina hay 9 escuelas en Buenos Aires, una en Córdoba, y otra en Mendoza.

Hay algunas empresas que también los contratan para que den breves clases de 15 minutos. “Ganan todos de esa forma”, asegura Diego, ya que les da vitalidad y energía a los empleados, y también reduce la posibilidad de que se enfermen. Además, brindan clases gratuitas los fines de semana en los Bosques de Palermo y en Puerto Madero.

Sabri es una alumna que salió de su clase y está tomando mate en la otra punta de la sala con una compañera. Gentilmente, cada tanto se para y nos une a nosotros a la ronda cebándonos unos mates. “Ella es una retransmisora… con o sin intención”, nos dice Diego en relación a la alumna. Una retransmisora de ese método de vida que “te hace tan bien que se transmite, se contagia como una antorcha encendida”.

Diego Ouje empezó a practicar hace aproximadamente 28 años. Hago un cálculo mental porque siento que las cuentas no me cierran: “Si empezó hace tanto tiene que tener más de 40”, pienso, por lo que me veo obligada a preguntarle la edad. Al escuchar la respuesta, nos llevamos una gran sorpresa: “46 años”, nos dice mientras cambia de posición para arrodillarse ágilmente en su asiento. Mira nuestras y caras agrega: “Para mí el número en mi documento es anecdótico”.

Sostiene que para una buena salud existen tres pilares: la actividad física inteligente, la buena alimentación, y las buenas emociones que “pueden ser más tóxicas que los alimentos” ya que el odio y los celos también se manifiestan en lo físico.

“Las cosas de la vida son más simples de lo que uno piensa”, asegura el director de la Sede. Cuando uno lo escucha, la vida de hecho parece más sencilla de lo que es. Él es partidario de que no tiene sentido llevar los problemas a mayores, que uno se tiene que quedar en los lugares que le gustan, y se tiene que ir de aquellos que no le gustan: “Hay que ir descondicionándose de viejos condicionamientos”, concluye. Además, cree en la importancia de autoconocerse y de reeducar las emociones: “¿Sino qué diferencia existe entre mi perro y yo?”, expresa.

Diego habla con una tranquilidad que se contagia, y que además se siente en la ambientación del lugar. “Sería más marketinero si yo estuviera vestido con una túnica”, dice bromeando y agrega: “Ustedes saldrían diciendo: «Che no sabés allá hay un pelado que…»”. En cambio, Diego se viste con un jean, una chomba blanca, y toma su café con leche de todos los días. Desmitifica eso de ver Oriente como algo tan lejano: “No es otro mundo, ¡estás 20hs de avión si querés!”.

Nació en Berazategui y se crió en el núcleo de una familia numerosa. Ahora, vive a tan solo 50 metros de la Sede. Cuando se levanta por la mañana, se pega un baño y luego hace su práctica diaria, cuya duración depende de las cosas que tenga que hacer en el día. En la escuela da una clase por la mañana y otra por la noche, y además tiene una alumna particular, pero no acepta más.

Inevitable preguntar sobre la existencia de las miradas ajenas que juzgan su modo de vida como algo sectario, a lo que Diego responde con claridad: “En una secta es fácil entrar y difícil salir, mientras acá es difícil entrar y salís cuando quieras”. Resulta que a cada alumno se le realiza una entrevista previa para saber si lo que la persona está buscando es lo que ellos le ofrecerán a través de la enseñanza del Método DeRose.

A través del Método DeRose la persona aprende a dejar de lado los estímulos constantes que le impiden conocerse. A modo de ejemplo Diego nos dice: “Uno no es capaz de escuchar los latidos de su propio corazón, pero apenas escuchás tu BlackBerry vas corriendo a ver quién te habló”.

Y en ese mismo BlackBerry que en mi día a día “eclipsa mi propio órgano” como bien explica Diego, miro la hora y veo que no solo vamos casi una hora y media de charla, sino que también están por hacerse las ocho de la noche y es hora de que Diego dicte su última clase del día. Nos despedimos, y antes de irnos Diego nos dice: “Cuando quieran, están invitados a probar una clase con nosotros”.

Bajamos las escaleras y mientras caminamos por la cuadra de adoquines para abandonar el Pasaje del Correo, Lucas me dice: “¿Venimos a probar una clase algún día?”.

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