“Lo mejor de ser taxista es hablar con la gente”

Carlos Pino

Ortiz y Quintana, Capital Federal

Está parado al lado de su taxi. El auto no está en marcha, la puerta del conductor está abierta y la radio suena encendida. ¿Estará esperando a un pasajero? ¿Será un mal momento para acercarnos a charlar?

Carlos Pino“Estoy cansado, son casi las ocho de la noche y estoy arriba del taxi desde antes de las siete de la mañana…”, fue su primer comentario, dando a entender que la teoría del mal momento era la más acertada dentro de nuestras dudas iniciales. Agregó que ya llevaba demasiadas horas hablando, y que no creía que cerrar el día con otra charla más, fuera una buena idea.

Pero después también agregó qué era lo que sentía siendo taxista. Y también contó dónde había nacido. Y cómo era su familia. Y casi sin buscarlo, allí estábamos compartiendo una conversación sobre la vida parados en el corazón de la Recoleta.

Fue así que descubrimos que Carlos Pino tiene 50 años y nació en Formosa en un pueblito llamado La Primavera. No sabe porqué su lugar de origen lleva un nombre tan romántico, pero sí sabe de la lucha que encabezan los habitantes de su zona. “Soy vecino de los paisanos que están en el Obelisco”, dice refiriéndose al acampe de la comunidad Qom en defensa de sus derechos.

Carlos Pino

En su familia lleva puesta la 10, ya que es el décimo de 12 hermanos, con los cuales vivió su infancia entre juegos de campo. “Nos divertíamos haciéndole mala sangre a mis padres”, recuerda Carlos con una leve inclinación de sus labios hacia la izquierda que simulan una media sonrisa. Iba a la escuela rural que quedaba frente a su casa, y lo que más le gustaba era remontar barriletes hechos por sí mismo. “¿Cuánto hace desde que no volás un barrilete?”, Carlos Pinopregunto. La respuesta fue un silencio que parecía esconder cierta nostalgia.

El taxi llegó a la vida de Carlos cuando hace 18 años, ya viviendo en Buenos Aires, su hermano Jorge le mostró cómo era ese trabajo. “No me quedó otra que subir al auto”, recuerda sobre aquella época en que estaba desempleado. Enseguida se adaptó al oficio, y ahora en su faceta de conductor expresa: “Hoy no me bancaría que me den órdenes, yo voy para allá, para acá…”.

Para allá y para acá va su mano derecha que sostiene un cigarrillo Marlboro apagado. El codo izquierdo está apoyadosobre el techo del auto y con ese Carlos Pinobrazo sostiene su cabeza como si a esta hora del día ya pesara de tanto pensar. Con zapatilla blanca de velcro, uno de sus pies reposa sobre el burlete inferior de la puerta del auto que siempre se mantuvo abierta. Como él.

Carlos recuerda con lujo de detalle aquel mes de marzo a sus 15 años cuando pisó Buenos Aires por primera vez. “Nunca me voy a olvidar cuando vi los colectivos en Once”, dice con ojos que aún expresan asombro, y agrega: “A veces agarro el auto y hago el mismo camino que hice esa vez con el 90 desde Once hasta Álvarez Thomas”.

Un tiempo después la Fuerza Aérea recibió a Carlos Pino en Reconquista para que hiciera el servicio militar. Tiene recuerdos muy positivos de esa época, a la cual define como “lo mejor que le pasó”. “Soy del 64 y reemplacé a la clase 63 que es la que fue a Malvinas”, explica y enseguida cuenta que estuvo en Plaza de Mayo aquel día en que Galtieri hizo el anuncio. Carlos argumenta que “si existiera el servicio militar la juventud hubiera sido diferente”, y tarda unos pocos segundos en agregar: “… bueno tal vez lo pienso yo, porque lo hice en una fuerza donde me trataron muy bien”.

Sofía y Juan son los dos hijos que tiene Carlos, quien a su vez tiene dos nietos, uno de cada hijo. Uno de ellos se llama Axel Román, y el disgusto es evidente a la hora de reconocer que el segundo nombre de aquel“gordito hermoso” se debe al ex jugador de Boca. Cuando habla de sus nietos se emociona, y las lágrimas que brotan desapercibidas de sus ojos, se ven aún más grandes a través del vidrio de sus anteojos.Carlos Pino

“Lo mejor de ser taxista es hablar con la gente, compartir los problemas”, define Carlos Pino sobre su profesión, y agrega: “Y lo peor de ser taxista… también: es hablar con la gente, compartir los problemas”. Explica que si bien es positivo el poder hablar tranquilamente con los pasajeros, hay otros tantos que con un par de comentarios de mala educación son capaces de arruinarle el ánimo de una jornada.

“Una vez se subió una señora que sin siquiera saludarme me ordenó que apagara la radio”, recuerda sobre el primer viaje que realizaba en una mañana. Decidido a no empezar su día de esa manera, Carlos le pidió amablemente que se tomara otro taxi.

Carlos Pino

El itinerario radial del taxista formoseño comienza bien temprano con el programa de Ari Paluch, seguido por Perros de la Calle conducido por Andy Kusnetzoff y Basta de Todo de Matías Martín, cerrando su día con alguna emisora que transmita puramente noticias. “La gente está loca por el tema económico y la inseguridad”, asegura Carlos mientras de fondo la radio emite una cadena nacional de Cristina Kirchner quien anuncia un plan de descuentos con la tarjeta SUBE.

La jornada de Carlos Pino comienza antes de las siete de la mañana y termina a las nueve de la noche. Sus horarios no los maneja un jefe, sino la grúa del Gobierno de la Ciudad: “Yo dejo el auto en la calle en Mitre y Perón, así que si me quedo dormido ya sé que me lo llevan”. Cuando un pasajero sube al auto y le dice a dónde quiere ir, Carlos le da coverdos opciones para elegir cómo llegar a destino. “Hoy en día hay cortes por todos lados y yo soy taxista, no soy adivino”, dice para explicar su técnica que lo desliga de la responsabilidad de embotellamientos inesperados.

“¿Está ocupado el taxi?”, pregunta una señora que ronda los 70 y largos mientras se acerca a la ronda. Sin dudar estoy a punto de responder que no, que el taxi no está ocupado así Carlos se gana un viaje. Pero su tonada formoseña se convierte en voz antes que la mía y responde: “Si señora, el taxi está ocupado”. Se trata de un taxi libre por dentro pero ocupado por fuera. Porque el motor sigue sin estar en marcha y el auto todavía está inmóvil. Pero la charla nos llevó desde La Primavera de Formosa hasta la Capital Federal de Buenos Aires en un viaje sin movimiento, conducido simplemente por las palabras.

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