«No estoy mal, ni bien… estoy ahí»


Víctor

Plaza Vicente López, Ciudad de Buenos Aires

“Y, en 110 años de historia en algún momento tenía que descender no?”. Así comienza la charla. River descendió a la B hace un par de horas, y al notar la complicidad de Diego a la hora de hacer chistes, Víctor comienza a descargar sus ironías. Pero al ver mi poca cara de simpatía, apela al respeto y se llama al silencio. “Seamos considerados con la señorita”, dice.

Víctor tiene 38 años y nació en Posadas, Misiones. Sin embargo, a los tres años de edad se vino para Buenos Aires con toda su familia, y los caminos de su vida lo llevaron a que hoy sea vendedor callejero de la revista “Cristo Hoy”.

Faltan minutos para las siete de la tarde del domingo  27 de junio, y ahí se encuentra en su punto estratégico de venta frente a la Plaza Vicente López, para ver si puede enganchar a algún posible cliente que entre o salga de Misa. Cada tanto, algún que otro peatón lo saluda… evidentemente la tiene bastante clara con las Relaciones Públicas de la venta.

Hace mucho frío, pero está cubierto con un gorro, y una barba abundante que también parece abrigar. A un ritmo muy lento toma la sopa que Diego le dio, pero evidentemente tiene tantas ganas de hablar que olvida que en poco tiempo se le va a enfriar.

Hizo la Primaria, la Secundaria, y hasta estudió un nivel terciario. En los años 1992 y 1993 la época lo llevó a hacer la Colimba, cuando tenía 19 años de edad. Era de las últimas camadas del Servicio Militar, y agarró un momento en que, según dice, “escaseaba hasta la pilcha”. Sus tareas incluían hacer guardias, y encargarse de la cocina. No parece haberla pasado nada mal, es más, así define esos años: “Me pareció una experiencia muy linda, como si fuera un Boy Scout…  una cosa así”.

Por ese entonces vivía con sus padres y hermanas en Lomas de Zamora, en la calle Díaz Vélez 473. “Me acuerdo hasta el numerito, ¿viste?”, se festeja a sí mismo. Debido a la ausencia de sus padres por reiterados viajes, su relación familiar se fue inclinando más hacia los tíos, con los que construyó un vínculo muy fuerte.

Sin embargo, con el correr de los años, se dio cuenta de que no estaba conforme consigo mismo y que quería “darle una dirección” a su vida. “Me estaba olvidando de mí”, dice Víctor y cuenta que finalmente, en 1998, abandonó su casa y se fue a vivir a un hotel.

La sopa ya está totalmente fría, pero a Víctor no parece importarle. Cada tanto, sonríe a alguna de las fotos que saca Diego, y de a momentos se tienta él de hacernos una pregunta a nosotros: “¿Son compañeros de trabajo ustedes dos?”. Al contestarle que somos amigos de teatro, pregunta dónde ir a vernos y se entusiasma con la idea.

La historia continúa, una vez que partió de la casa, “con un amigo, ahorros, y algunos pesos más” abrió un local de comida en Palermo. Pero, nuevamente la vida lo sorprendió, y la crisis del 2001 le pegó duro. Los clientes dejaron de ir, había un clima de violencia, los números no cerraban, y “tuvimos que bajar la cortina viste”, dice.

Fue así que durante los primeros meses sin trabajo pudo seguir manteniendo su hospedaje en el hotel, pero llegó un momento en que la situación no dio para más. Entonces, Víctor cuenta que se puso a averiguar sobre los trabajos callejeros, lo cual le llevó a contactarse con la Revista “Hecho en Buenos Aires” y el posible trabajo de vendedor. Dejó su currículum, y a los tres meses lo llamaron. Ante esta nueva oportunidad, “no dudé ni un minuto en cambiarme de emprendimiento”, expresa.

Empezar a vender “Hecho en Buenos Aires”, implicó una transformación mucho más grande que el simple cambio de emprendimiento. La revista tiene un equipo de fútbol del cual Víctor comenzó a formar parte. No era nada más ni nada menos que el número 10, apodado “Pisadita”, y mientras explica su apodo mueve la pierna haciendo una demostración de gambeta y enganche con el aire como pelota.

Integrar el equipo lo llevó a participar de los mundiales de fútbol, llamados Homeless World Cup, y fue así que tuvo la oportunidad de viajar a Suecia en el 2004, a Inglaterra en el 2005 y a Sudáfrica en el 2006 representando al Hecho Club Social.

Pasaje, estadía, indumentaria… todo pago durante los viajes. “No éramos turistas”, afirma, y explica que jugaban 3 partidos por día, y tenían un entrenamiento diario, por lo que, si quedaba un rato, sí salían a recorrer.

Sin embargo, Víctor cuenta que cuando terminaba el viaje no había ningún rédito económico. Una experiencia única pero, al volver, estaba el mes de hotel por pagar y una vida que mantener. “No era decir, bueno vuelvo a mi país y me cambia la vida”, explica Víctor, y cuenta que a la vuelta se encontraba en la misma situación que antes de partir. Entonces, dio un paso atrás, y decidió que “Pisadita” tenía que abandonar el fútbol.

Para sostener su vida, vender “Hecho en Buenos Aires” no alcanzaba. Víctor, además trabajaba haciendo delivery, y como cadete de oficinas importantes de Puerto Madero, cuenta con orgullo.

Nos cuenta las mañas del sistema de acceso a las Revistas para su posterior venta, y nos explica las complicaciones: hay que ir temprano un día a Puerto 21 en Puerto Madero, lo cual implica pagar los viáticos, y hacer una gran fila para poder comprar que puede llevar a la pérdida de todo un día de trabajo. Nos dice que son 3000 los vendedores que tiene Hecho, y que no se respetan los horarios de distribución. “Vos necesitás comprarlas, pero para ellos sos uno más”, agrega con resignación.

Desde marzo del 2010 Víctor recibe una pensión del Gobierno de la Ciudad de $500 por mes para resolver su situación habitacional. “No podés ir por la calle con tus cosas”, afirma Víctor quien considera que hoy depende del hotel. La charla se torna un poco política. “Me gusta Mauricio, comparto su modelo”, expresa, pero cuando Diego apura con la pregunta del voto, dice que todavía no tiene definido a quién va a apoyar.

Hoy, Víctor ya no vende más “Hecho en Buenos Aires”, sino que se cambió a  la revista “Cristo Hoy”. Nos explica que es mejor la distribución ya que las busca cerca del lugar de venta, y que las consigue más baratas. “Además soy Católico ¿viste?”, agrega con una sonrisa.

Un día en la vida de Víctor arranca con el despertador sonando a las nueve de la mañana. Reconoce ser partidario del “desayuno potente”: come tostadas con mermelada, queso y té con leche. Imposible no preguntar por los clásicos mates matutinos, pero cuenta que los deja para la tarde.

Recién sale de “casa” (el hotel ubicado en la calle Yrigoyen en el barrio de Once)  como para estar a las 10 de la mañana frente a la Plaza Vicente López para así comenzar la venta. Ahí se encuentra con su “clientela asumida”, que también es definida por Víctor como “la gente que me banca”. El recorrido diario arranca en Vicente López y Rodríguez Peña, sigue por Guido, Callao, Juncal… “y a las 14:30 digo bueno, stop”, cuenta.

A la hora de almorzar elige la panadería Las Esclavas donde dice comer buena comida y barata. Retoma a las 16hs, continúa su caminata hasta las 18hs cuando corona el día yendo a Misa. Pero no todos los días son del Señor… los lunes, miércoles y viernes la Misa se cambia por el gimnasio donde hace bicicleta y cinta. “Es lindo correr afuera también, y no es de cagón, pero adentro es más cómodo”, nos explica.

Los días que no trabaja sale a caminar por la calle, y a “ver alguna que otra indumentaria”. Mientras, nos muestra su nueva adquisición: una campera que se cierra hasta el cuello, que se la pone debajo de otra de corderito, “pasa que la que tenía no me cierra hasta arriba y está haciendo frío”, explica mientras señala su ropa.

Hijo de Estefanía y Juan Domingo, Víctor es el más grande de su familia. Le siguen dos hermanas mujeres: Dolores Mabel y Noelia Estefanía. Sin embargo, hace muchos años ya que no los ve.  Su papá y las dos hermanas mujeres, están viviendo en Nueva York. La más grande es jugadora de fútbol femenino, y la otra diseña ropa. Cada tanto mantiene alguna que otra conversación telefónica, y al preguntarle si anda con ganas de irse para allá contesta: “Si no puedo vivir en este sistema no puedo pretender ir a otro”. Igual, mantiene la esperanza de que vengan a visitarlo para su cumpleaños el próximo 28 de septiembre.

Para definir su situación expresa la siguiente frase: “No estoy mal, ni bien… estoy ahí”. Odia la mayonesa. No le tiene miedo a nada. “Bueno, a menos que sea algo que me sorprenda como una serpiente al lado de la cama cuando me levanto”, dice. Pero después de todo, afirma que nada lo paraliza. Eso sí, es desconfiado antes de irse a dormir.

El frío sigue pegando fuerte. Ya es de noche. El vaso de sopa está vacío. Llegó la hora de despedirnos, y nos dice que la próxima vez, él nos quiere hacer la entrevista a nosotros. Después de saludarlo, Víctor agrega un último comentario: “Acuérdense de avisarme lo de su teatro que me prendo eh!”.


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