«Si vos no te ayudás a vos mismo, no podés ayudar a los demás»


La identidad de Sebastián y Hernán es preservada por pedido de las autoridades del cuartel.

Sebastián

Cuartel de Bomberos

A la mañana llovió muchísimo, pero ahora que son casi las cinco de la tarde ya paró. En realidad caen unas pocas gotas, pero casi ni se sienten. Eso sí, hace mucho frío, y por eso las dos mujeres que están en la entrada del cuartel de bomberos tienen las manos en los bolsillos, y el hombre que está con ellas tiene los brazos cruzados para darse calor.

Lo que sigue es lo de siempre: una breve presentación de quiénes somos, y la espera de una buena predisposición para conversar un rato. Unos minutos después, viene Hernán, uno de los bomberos, que después de ir a pedir autorización, nos dice que tenemos el visto bueno para empezar la charla. Nos señala la garita de seguridad que está en la entrada del cuartel, donde vemos a uno de sus compañeros.

Ese compañero es Sebastián, que al ver a Diego con la cámara, nos dice sonriente: ”¿Voy a llegar a Showmatch?”. Nos hace entrar a la garita donde hay una mesa con dos sillas. Con toda la confianza del mundo me siento, y Diego se queda parado para dejarle la silla a Sebastián. Pero él sonríe y no se sienta. Dice que está bien así… pero después de un poco de insistencia accede a sentarse. Después de todo, él está jugando de local y nosotros somos los visitantes.

Sebastián es bombero hace 11 años… y tiene tan solo 26. Nació en La Paz, provincia de Entre Ríos, donde comenzó su vocación de bombero voluntario cuando tenía apenas 15 años. Por ese entonces el Jefe de Bomberos de su pueblo era su peluquero, y un día le dijo: “Vení que vamos a armar algo…”, se metió en los bomberos, y nunca paró.

En la televisión que está colgada arriba mío están pasando el noticiero del Canal 26. Sebastián me mira a mí, y cada tanto chusmea lo que están dando en la pantalla. Arriba de la mesa hay una radio que cada tanto dice palabras que no entiendo. Podría decir que es un sonido similar al que uno suele escuchar cuando está en un radiotaxi y el aparatito balbucea direcciones entre un ruido lluvioso.

“Esto es así, en Buenos Aires vas a trabajar de lo que te gusta y te van a pagar”, le dijo su vecino de Entre Ríos a Sebastián cuando tenía 18 años. Estaba en la edad de decidir qué iba a hacer de su vida, y decidió dar el salto de ser bombero voluntario en su pueblo, a venirse a la Capital a probar suerte.

“Mi vieja ya estaba mentalizada”, asegura Sebastián. Resulta que el mayor de sus cuatro hermanos está en el Ejército y en cierto modo le abrió el camino para que su madre no se espantara ante el peligro de su vocación. Sin embargo, se da cuenta de que a su mamá le da algo de miedo: “No me lo dice… pero uno se da cuenta”, explica.

En La Paz, Entre Ríos, las cosas son distintas. Allá, estacionar el auto abierto y dejarlo con las llaves puestas no es sinónimo de preocupación ni mucho menos. “Hasta ahora me sigue costando, allá es tranquilísimo”, agrega Sebastián. Acá en Buenos Aires vive en Floresta junto a su tía y su primo: “Tenía pensado vivir solo pero…”, dice, y no termina la frase.

Ser bombero es mucho más que ser valiente y ponerse un traje como en las películas. Antes de empezar a ser parte del cuartel, Sebastián realizó un curso, se entrenó y tuvo que pasar una prueba teórica y otra práctica. La práctica consiste en un simulacro de espacios confinados. “Es una pieza que no se ve nada, y ponele que hay una silla tirada, una mesa…”, explica Sebastián mientras señala muebles con los brazos para ambientarnos en contexto.

“Hay que mantener la calma, ir despacio, pensar…”, agrega, mientras me rio en silencio al imaginarme en semejante situación y concluyo en que mi reacción sería totalmente opuesta. Nos cuenta que algunos se quedan enganchados con el arnés en algún mueble, y que se debe interrumpir el simulacro para sacarlos: “No es fácil”, remata.

El mate aparece en la mesa. Hernán se encargó de ir a calentar el agua, y en seguida Sebastián se ocupa de cebar, como si fuera un pacto implícito entre ellos dos. La yerba es amarga, y el agua está perfecta…

Los dos son jóvenes, y Sebastián incluso tiene un rostro que lo hace parecer menor a 26 años. Están vestidos con un uniforme similar al que usan los policías, y ambos tienen un bordado que muestra su nombre y cargo. En la cabeza, Sebastián luce una boina azul con una escarapela que resalta con sus colores celeste y blanco.

“Lo que más duele son los nenes”, asegura Sebastián sobre las dificultades de su trabajo. Explica que no puede mantenerse ajeno a la muerte de los más chicos sobre todo porque es padre de Tiago que tiene tan solo 2 años. En seguida nos cuenta una anécdota de un incendio en la Villa 31 en el cual la madre se fue a trabajar y quedaron cuatro chicos solos en la casa. Un bebé quedó en la cuna y no sobrevivió. “Parecía uno de esos muñecos, ¿viste?”, explica Sebastián y agrega: “Por ahí eso… eso pega”.

El trabajo del bombero es “24×48”. Esto significa que el equipo trabaja durante 24 horas seguidas, y luego tiene 48 horas de franco. Por lo tanto, el cuartel “es como una casa”. Tienen cuartos, baños, duchas, televisión, cocinero… “¿Hoy que cocinó al mediodía? ¿Pescadito?”, le pregunta Sebastián a Hernán tratando de hacer memoria, y recuerda: “¡Ah! Filet de merluza con puré mixto…”

Atrás mío, acostado en el piso, hay un perro. En un principio, cuando entramos, creí que era un perro bombero, y que debía estar atenta en caso de que fuera guardián y por lo tanto, peligroso. Pero durante toda la charla se quedó ahí, inmóvil… “¡El Chavo es un haragán!”, dice Sebastián señalándolo, y todos los miedos desaparecen. Llegó al cuartel hace unos tres meses, y se convirtió en la mascota de todos. “Eso es una remera vieja”, dice Hernán para explicar la vestimenta de bombero que tiene puesta el perro y agrega: “Tiene un olor pobre… es la humedad, pero no lo bañamos porque se resfría”.

A la hora de apagar un incendio, cada bombero tiene su función, y Sebastián las explica casi como si se tratara de la formación del partido de fútbol del domingo. El equipo está formado por ocho bomberos. Los número 1 y 2 son los que entran directo al fuego. Número 3 es el electricista y por ende el encargado de cortar la luz del lugar. Número 4 es el llamado “furriel” que labra actas de lo que se perdió, de lo que queda en el lugar, de la intervención. Número 5 es el columnero, y coordina a los números 6, 7, y 8 que son los encargados de que el camión nunca se quede sin agua.

El compañerismo es un pilar para su trabajo. Sin embargo, Sebastián no tarda en agregar: “Pero si vos no te ayudás a vos mismo, no podés ayudar a los demás”, como para explicar que la prudencia nunca debe ser dejada de lado. Es tal la comunidad que se genera entre el grupo de bomberos, que para poder ingresar al grupo se realiza un bautismo. Éste consiste en que el nuevo se debe parar contra la pared, y se le tira agua con la alta presión que logran las mangueras. “Ya estamos esperando a fin de año…”, dice Sebastián con una risa socarrona a la espera de disfrutar ese momento cuando llegue una nueva incorporación o en caso de que celebren que alguno ascienda de jerarquía.

Cuando suena la alarma en caso de incendio, tardan 30 segundos en cambiarse. Junto a la pared del fondo del cuartel, atrás de los camiones, se exhiben cascos y camperas colgadas de percheros, y pares de botas con los pantalones acomodados como para poder colocárselos con total rapidez. Fue imposible vencer la tentación de probarnos los trajes, y comprobamos en carne propia que son muy pesados.

Un movimiento de Sebastián y el mate se cae. “Uh… eso quiere decir que hay que cambiar la yerba”, dice con un tono risueño. Y se para limpiar el desastre y prepararlo nuevamente.

Los bomberos usan un caño para bajar cuando ya están vestidos… Mito: “¡Lo habrán sacado hace más de 50 años eso!”, dice Sebastián riéndose cuando le pido que me muestre dónde está el poste.

Los bomberos son llamados para bajar gatos… Verdad: “Tenemos desde un salvamento de un gato hasta una catástrofe”, explica.

“Escuchás la sirena y sentís algo en el pecho”, describe Sebastián con los ojos bien abiertos. Dice que la sensación en esos segundos “es de incertidumbre porque no sabés a dónde vas, qué te está esperando…”. Además, agrega: “En cada salida estás mentalizado de que vas… y no sabés si vas a volver”.

Parte de la profesión implica no poder estar con la familia en fechas importantes. Pero Sebastián asegura que ya está acostumbrado y que no le duele tanto no estar con los suyos para Navidad o Año Nuevo. “Si tengo franco en esas fechas, voy a cubrir a alguno de mis compañeros porque mi familia está a más de 500km”. Sin embargo, confiesa que sí le cuesta mucho no estar para los cumpleaños.

“Sí… ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!”, es la respuesta de Sebastián cuando uno le pregunta si volvería a elegir su vocación de bombero. Lo que más le gusta es “ayudar a la gente en todo sentido, asistirla… salvarla”.

Después de la charla sigue una visita guiada por el camión que está estacionado adentro del cuartel, y cada detalle es explicado con la mayor de las vocaciones. Ya se acercan las siete de la tarde y es de noche. El frío sigue pegando fuerte, y nos despedimos. A Sebastián y el resto del equipo les queda una larga noche de guardia, y nunca sabré si podrán dormir algo o si la alarma los sorprenderá en la mitad del sueño.

Mientras caminamos y nos alejamos del cuartel, pienso que por fin puedo decir que conocí un grupo de personas que todos los días ponen las manos en el fuego por los otros. Por nosotros.


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