“Cuando uno hace las cosas con amor todo sale bien”


Lito

Chile y Paseo Colón, ciudad de Buenos Aires

Llega el mediodía y la ciudad se toma un recreo. Algunos están en el trabajo, otros en clase, o tal vez haciendo un trabajo de obra en la calle. Todos en un lugar diferente y con una actividad distinta, pero comparten algo en común: el hambre y las ganas de almorzar.

“Milanesa, cantimpalo, jamón y queso, crudo… espectacular, espectacular”, dice Lito a un cliente que se acerca para comprarle un sándwich. El comprador mira las bolsitas con incertidumbre, recorre las variedades con sus ojos y le cuesta decidirse. Enseguida Lito lo apura: “¡Ahora te la dejé picando a vos eh!”.

Ángel nació en Lanús hace 48 años, y como de chico lo llamaban “Angelito” su mamá María terminó por acortar aquel sobrenombre e imponer el apodo Lito. Recuerda su infancia en la Escuela n°1 de Lanús que según dice “ya no debe existir más”, y se lamenta por el presente del barrio donde todavía vive hoy: “Ahora a las siete tenés que estar adentro… lamentablemente”.

Diego se compra un sándwich y durante un buen rato pierde la batalla contra el sobre de mayonesa. Lito lo mira sonriente y le pide permiso: toma el paquetito y en cuestión de segundos logra abrirlo sin siquiera usar los dientes: “Y, ¡es lo mío!”, dice con una carcajada y agrega que la clave es poner el condimento separado para que cada uno pueda elegir qué le quiere poner.

La historia de Lito con los sándwichs arrancó cuando tenía 18 años y comenzó a trabajar en la “Cafetería-Sandwichería” que tenía su familia en la calle Entre Ríos. Pero el negocio familiar “se vino abajo” con la crisis del 2001 y tuvieron que cerrar. “Si tenés una escuela en algo, aprovechala”, pensó Lito por ese entonces, y decidió usar su sabiduría para preparar sándwichs y así armar su propio negocio.

El cuento se interrumpe con la llegada de tres hombres vestidos de traje. Cada uno elige su almuerzo, y uno más tentado que el resto dice: “¿Y si llevamos uno más para compartir entre todos?”. Lito los atiende, y a la hora de abrir la heladera para ofrecer las bebidas, no puede hacerlo porque mi bolso está apoyado arriba de ella. Le digo que lo ponga en el piso. Se niega rotundamente. Mientras, uno de los clientes habla por su celular: “Negro, hay Pepsi, Paso de los Toros… No… Light no hay nada…”.

2001, Argentina en crisis, y Lito se puso a hacer marketing. “¿Qué sería marketing?”, se pregunta en voz alta, y se contesta a sí mismo: “Me paré en distintas esquinas para ver cuánta gente pasaba…”. Así, eligió su punto estratégico ubicado en la calle Chile, casi en la esquina de Paseo Colón en el límite entre Puerto Madero y San Telmo.

Si bien desde que empezamos la charla los clientes aparecen a cada rato, no todo fue tan fácil para Lito quien dice: “Como todo trabajo, empecé bien de abajo”. “Durante un año empecé con cuatro sanguchitos y no se vendían…”, recuerda y agrega: “Tiraba la mercadería todos los días”. De a poco el negocio fue mejorando, atribuye su éxito a que hay que vender cosas ricas con educación, y dice convencido: “Cuando uno hace las cosas con amor todo sale bien”.

“A esta hora no te lo puedo dibujar”, le contesta Lito a un chico que quiere un sándwich de milanesa. En casi una hora, fueron más de cinco los que vinieron a pedir esa variedad, pero son los que primero se acaban. ¿Por qué? Porque Lito cocina las milanesas todos los días. “Si la congelás no es lo mismo que fresca, ¿no?”, asegura y explica que todas las mañanas pone el aceite, saca lo que queda quemado, y prepara las que va a vender ese día.

Lito se levanta todos los días a las 5:30 de la mañana. Para viajar de Lanús al centro, se toma un colectivo, luego un tren, y después otro colectivo. Llega al local en Entre Ríos y San Juan donde antes era el negocio familiar, que hoy al estar cerrado lo usa como lugar para cocinar. Prepara la mercadería y la coloca en el carro. Para llegar a su punto de venta camina 35 cuadras de ida, y después de vender las cosas pasadas las tres de la tarde, camina otras 35 cuadras de vuelta… “¿Te alcanza?”, comenta en tono de broma.

“Un día lo hacés, dos días también… y al tercero te quiero ver”, asegura Lito sobre su trabajo, pero enseguida agrega: “Yo prefiero hacer cosas buenas y estar tranquilo”. Los sándwichs tienen su etiqueta con valor nutricional y la relación cercana con los clientes llevó a que le hagan pedidos a su celular (1532586225), como el que ahora está buscando una chica de unos 20 años: “Acá está lo tuyo…”, dice Lito mientras le extiende una bolsa que estaba separada del resto de los productos.

Hoy Lito viste un impecable gorro blanco de cheff, y un chaleco con arabescos en la espalda. En sus pies, las zapatillas azules lucen restos de harina que delatan su mañana de trabajo. “Todos los días me cambio yo”, cuenta Lito que se define como “coqueto” y “muy detallista” porque a veces usa corbata, otras veces moño, y en su cabeza alterna entre el gorro que tiene hoy y la “gofia” que consiste en un pañuelo que se ata por detrás.

A la tarde cuando llega a su casa en Lanús, Lito descansa, y a eso de las nueve de la noche ya está en la cama. Le gusta ver películas de acción. Piensa, pero no puede elegir una preferida, porque para él todas son las mejores. No le gusta la política. “¿Mal humor? Nunca”. Pocas cosas le molestan, aunque aclara: “Pero no me hagas enojar, porque…”. Es fanático del turismo carretera. Se define como inquieto y “vendedor”.

“¡Adiós pa! ¡Portate bien!”, le grita a un hombre que pasa por al lado de su puesto. El señor le devuelve el saludo con simpatía, y corroboramos que Lito no solo tiene clientes sino también amigos. “Así me paso todo el día, es impagable”, describe con una sonrisa, y cuenta que la parte preferida de su trabajo “¡son las chicas!”.

Hablando de mujeres, cuando se le pregunta por alguna “Doña Lito”, responde con picardía: “¡No! Eso es secreto de sumario!”. Ese mismo tono de misterio usa para hablar del secreto que hace que sus sándwichs sean una delicia: “Ah no… eso no lo digo ni por un millón de dólares…”.

Ya pasaron algunos minutos de las dos de la tarde y la mesa está casi vacía. Quedan unos pocos sándwichs que, a juzgar por la cantidad de clientes que pasaron en casi una hora de charla, en cualquier momento van a desaparecer.

Así, por cada bolsita que desaparece, desaparece el hambre de quien corta su rutina en busca de su almuerzo. Así, por cada comprador que aparece, aparece una charla. Así, como todos ganan, Lito cocina y vende con amor para su clientela amiga que lo acompaña cada día.


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